• Address: Cádiz, Madrid, Alicante
  • Email: info@marinos.es
  • Timing: Lunes a Viernes: 9 a 18 horas

El abordaje entre una ballena de Bryde y un velero oceánico que pudo acabar en tragedia

Lo que finalmente ha quedado en una inolvidable anécdota, podría haber sido contenido de las páginas necrológicas de los diarios si los tripulantes del velero Raindancer no hubieran actuado rápido. Pues el choque con una ballena de Bryde en el océano Pacífico bien les podría haber costado la vida. Por suerte, su preparación y la dotación de equipos, entre los que se encontrata un rastreador Globalstar SPOT contribuyó al rescate por parte de las autoridades marítimas de Perú. Esta es su historia, de la que todos tenemos algo que aprender.

3500 millas truncadas por una ballena

Alana Litz, Rick Rodríguez, Simon Fisher y Bianca Brateanu pretendían completar una travesía prevista en varias singladuras a través del océano Pacífico. Con salida desde las paradisíacas islas Galápagos, el viaje se antojaba placentero, programado en tres semanas, hasta la llegada a la Polinesia Francesa. Aproximadamente 3500 millas de navegación ortodrómica en la que contaban con vientos favorables y buena predicción meteorológica. De hecho, el velero mantenía una buena media de 6 nudos de velocidad cuando un gran estruendo y el levantamiento súbito de la popa marcaron el inicio del naufragio.

Habían colisionado contra una ballena de Bryde. Un ejemplar que superaba a la eslora del velero, con sus 15 metros de longitud y casi 20 toneladas de peso. El abordaje se produjo a popa del través, por la banda de estribor. Al poco tiempo y ya con la ballena siguiendo su ruta, se activó la alarma de sentina. El velero había sufrido el golpe el timón y la limera era el principal foco de entrada de agua. Pocos minutos después, la embarcación ya sufría un grave peligro de hundimiento, pues el golpe con el mamífero debería haber generado daños más graves de los inicialmente evaluados.

Ballena de Bryde

10 horas a la deriva

Es una de las situaciones que hemos podido imaginar e incluso estudiar como parte de la formación de patrón, pero que en la práctica solo sale bien si tenemos los equipos adecuados a bordo y la preparación para usarlos.

Tan pronto como se dieron cuenta del riesgo que corrían, los tripulantes iniciaron el abandono de la embarcación. No sin antes hacer varias llamadas. La Radiobaliza de localización de siniestros -EPIRB- fue el primer equipo que activaron. Así, las autoridades marítimas de Perú pudieron tener constancia del siniestro desde el primer momento e iniciar las labores de salvamento. Si bien, la distancia que llevaban navagada hizo que las embarcaciones de rescate demoraran hasta 10 horas el esperado encuentro con los náufragos. Adicionalmente a la EPIRB los tripulantes hicieron varias llamadas con el equipo VHF. Aunque la inundación precipitó la evacuación del barco.

La balsa salvavidas que llevaban a bordo se convirtió en su salvavidas a la espera de que llegaran los equipos de auxilio marítimo. No obstante, entre las llamadas de socorro incluyeron una a una embarcación con la que formaban flotilla. Un amigo navegaba siguiendo la misma ruta solo 180 millas por detrás. A él le confiaron el mensaje más emotivo “Dile a mamá que todo va a salir bien”. Y así fue.

Experiencia y equipos, las claves del salvamento

De poco o nada sirve la dotación de medios de salvamento y equipos de comunicaciones que tenemos a bordo si la formación no es la suficiente como saber en qué momentos utilizarlos y cómo. Afortunadamente la experiencia de miles de millas de navegación y la formación como patrones de los cuatro tripulantes fue clave en el salvamento.

Además del necesario VHF para comunicaciones fónicas, los tripulantes llevaban en la embarcación una radio baliza Cospas-Sarsat y un rastreador Globalstar (no perteneciente al SMSSM). Todos estos equipos propiciaron que los buques en las inmediaciones, los equipos de salvamento marítimo y los propios amigos y familiares de los tripulantes fueran alertados de la emergencia desde el primer momento.

Datos de la Comisión ballenera internacional estiman una media de 1200 colisiones entre barcos y cetáceos al año. Afortunadamente esta tuvo un final feliz, con el regreso a casa de los cuatro integrantes del Raindancer, que ahora yace sobre el fondo marino del gran océano Pacífico.